Décima gala de los premios Artes & Letras

Llámenlo crisol, o parnasillo, el ‘Gosford Park’ de Robert Altman, contubernio incluso. Artes y Letras es una fiesta de la cultura poliforme y nutritiva, que renueva sábado a sábado su repertorio, con alternancia de voces y estilos expresivos, pluralidad de enfoques, disolución de enroques y un discurso que no duda en dislocarse para poner el acento en lo que importa: las cosas que nos hacen felices, ésas que refuerzan el convencimiento de que la vida Stendhal es mejor.

La décima gala de entrega de los premios que otorga este suplemento de HERALDO, coordinado por Antón Castro desde hace 830 números, regresó al Teatro Principal y se saldó con una nota altísima, un 13,800 en la nueva selectividad; exceptuando el 10 de Nadia Comaneci en Montreal’76, la perfección no es tan bonita. De hecho, es una entelequia que, eso sí, a veces se roza.

La noche tuvo desborde de lacrimales, risa, pasión, discursos certeros, músicas de lujo y una batuta invisible que parecía ir marcando el ritmo al estilo del mismísimo Mehta: por ejemplo, los discursos un pelín largos se compensaban con la chanza sobre ellos (no hubo fanfarrias como en los Oscar: aquí no manda la publicidad) del siguiente en aparecer.

Para complacer a esa batuta, nada mejor que un solista excepcional: el actor José Luis Esteban, que habló en tercera persona de sus primeros pasos sobre el escenario del Principal y el “peso movedizo, el juicio propio que tiene: quien lo probó, lo sabe”. La presentación corrió un año más a cargo de la periodista Victoria Martínez, a quien Antón Castro (golfillo él: Victoria le había pedido que no lo verbalizara) quiere ver cantar en una próxima gala, según dijo.

Tras un guiño a Edelvives como apoyo perenne de la gala y y los patrocinadores institucionales (Ayuntamiento de Zaragoza y Gobierno de Aragón), le tocó el turno de palabra a la concejal de Cultura de la ciudad, Sara Fernández, que elogió el discurso diferente de la publicación cultural de HERALDO y la catalogó de producto para el disfrute. “Los sábados me lo dejo para el final del rato de lectura”, dijo, aludiendo al placer de zamparse el último ese bocado suculento.